La pérdida y hallazgo de la fe

(yendo del living a la cama) Parte II

... “Ya no hay tiempo, ya la verdad es que no hay tiempo”, dijo el hombre de la tele que a mi juicio era un tipo muy conocedor de fútbol porque se sabía los nombres de todos los jugadores y yo apenas el de los que me habían salido en el álbum de adhesivos que no había terminado de llenar (ni logré terminar de).

Pero no perdíamos la fe. Una falta sobre ‘El Bendito’ Fajardo. “Aquí es para Rincón, que le de Rincón”, pero no le hicieron caso al locutor, le dio ‘La Gambeta’ Estrada y la estrelló en la barrera. Saque lateral para Colombia. Tiempo reglamentario cumplido.

El balón lo recupera Alemania, lo lucha Colombia, un pase a Rincón y lo animamos para que le pegue pero deja de correr. ¿Por qué? Fuera de lugar. Esa regla que no entendía entonces y a duras penas entiendo hoy. Ahí no fue. Pero seguíamos animando al equipo, de rodillas sobre las baldosas rojas y frías, dos niños implorando por un milagro. «Se va a acabar el partido, 46:38».

Pero el milagro se dio. En la esquina derecha del área grande del arco de Higuita, Leonel Álvarez recuperó el balón (cortó un pase de Völler, héroe y villano, quien impotente persiguió el balón para nunca alcanzarlo) y se la pasó a ‘El Bendito’ Fajardo que la transportó a mitad de cancha donde se la dio a Carlos Alberto Valderrama, ‘El Pibe’. El mono recibió un pase difícil de controlar por la potencia que le puso Fajardo, pero lo dominó, se dio vuelta, hizo una pared con Rincón sobre el costado derecho, intervino en ella de nuevo Fajardo y todo el equipo alemán se movía confundido, literalmente se bailaron a los volantes y a los defensas que sólo pudieron ver la diagonal profunda que ‘El Pibe’ le puso a Freddy Eusebio Rincón a sus espaldas.

Sí, Rincón otra vez, el negro de Buenaventura, cabezón, zanquilargo, de sonrisa y ojos que relucían en su cara de ébano, había picado con todo lo que su sangre africana le permitió. En sus guayos no corría él, corría la emoción de un país azotado por guerras y violencia, su propia pobreza de una niñez austera en el puerto más conflictivo de la costa pacífica colombiana (como si hubiera otro), corrían las plegarias del primo Pocho y mías. Illgner salió a recibirlo intentando cambiar el destino en los pies de Rincón, “¡Viene Colombia, Dios mío, Colombia!”, dijo el tipo en la tele…

(Esto es bueno verlo…)

Esto pasó muy rápido, era el minuto 47 y el árbitro iba a pitar el final del partido apenas se acabara esa jugada, pasara lo que pasara. La jugada duró catorce segundos, quince si se cuenta hasta que el balón traspasa la línea de meta, pero para mí fue más larga que los seis años que llevaba gastando el oxígeno del planeta. ¡Oxígeno! Aire, de eso se trataba, ese día aprendí lo que se siente aguantar la respiración por tanto tiempo (dieciséis años en el caso de Colombia). Cuando Freddy (entrados en confianza) recibe el balón es como ese momento en el que un nadador que se daba por ahogado se aproxima a la superficie. Patea. Respiro de nuevo. ¡Gol! Que realmente es un ¡Goooooooooooooool!, y años más tarde (cuando no me regañaran por hacerlo) le pondría el apellido de “hijueputa”, ¡Gooooool hijueputa!

Foto Extraída de Algun lugar.
Foto Extraída

 

Corrimos a llamar al abuelo que vaya Dios a saber si estaba llorando en su habitación. “¡Venga abuelito, rápido!”, gritábamos para que alcanzara a ver la repetición. No lo creía. Salió entre furioso y amenazador, preparado para una broma de mal gusto de sus nietos, pero yo vi en sus ojos las ganas de creer que era cierto. Y lo era. Ahora saltábamos los tres en la sala, los tres hombres de la casa que celebraban la hazaña épica de once guerreros en su uniforme rojo con dos rayas, azul y amarilla, en la casaca. Los tres abrazados, rebosantes de esa alegría incomprensible que produce el fútbol. Setenta y dos mil espectadores en el estadio presenciaron el milagro, mi abuelo, mi primo y yo, porque después de las demostraciones de afecto, en medio del silencio ridículo, cuando el abuelo se sentó en su mecedora nuevamente, nadie puso en duda su constancia de fanático. Él siempre estuvo ahí, de principio a fin, el día que la liebre mordió al lobo.

 

 

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