ChatGPT apesta

ChatGPT, el nuevo culto de la Internet

Decidí usar ChatGPT porque sucumbo fácilmente a la voluntad del mainstream. Sin embargo, mi experiencia con la tan renombrada inteligencia artificial fue un desastre. Acá explicó por qué:

Publicado originalmente en Medium

¿Qué es tanta bulla?

ChatGPT es una inteligencia artificial (IA) que ha sido entrenada para mantener conversaciones y responder a todas las preguntas que le hagas. Eso ya suena fascinante, digno de un cuento corto que la misma IA podría escribir.

Ahora bien, el algoritmo de mis redes sociales está convencido de que ChatGPT es lo más importante para mí en el mundo, así que me bombardea con videos y blogs de toda clase de personas usando esta IA todo el tiempo. Y  creo que la inteligencia artificial está muy bien, no me malentiendan, lo que pasa es que a mí, como a buen ser humano, nada logra satisfacerme del todo.

Pregunté por el ser

Convencido de que ChatGPT había llegado al mundo para salvarnos de nosotros mismos, decidí preguntarle por mí. No me conoce. Dice que buscó en sus bases de datos y que nada, no existo. Entonces tuve miedo. Fui a Google y puse mi nombre de autor y ahí estaba yo. Mi foto, mis redes sociales, mi sitio web que pago por si un día alguien quiere leer lo que escribo completamente gratis.

“¡Sí, existo! Soy un escritor colombiano”, dije, completamente herido en el ego. ChatGPT ofreció disculpas y me pidió que le diera más información. Le dije que había escrito un libro que se llama “Lluvia sobre el asfalto”, que incluso aparece en el WorldCat. ChatGPT no me simpatiza porque me dijo otra vez que la perdonara, que sí aparecía, pero lo dijo por salir del paso, por hacerse la amiga, como quien le sigue la cuerda a un loco megalómano.

Le recomendé que me leyera y ahí me salió con el cuento de que está diseñada para generar texto y que no puede leerme… Como el 99% de los escritores y editoras que me he cruzado por la vida. Empecé a sospechar que la IA es bastante humana. 

Intenté ponerla a trabajar

Ninguneado por el robot de moda, quise que me mostrara si podía escribir poesía. Movido por la curiosidad y la oportunidad de negocio, le dije “Escribe un poema de 300 versos al estilo de Mario Benedetti, por favor”. Y se puso a escribir y yo entre emocionado y curioso. Al cabo de unos segundos generó una respuesta.

Primero, resultó perezosa y dijo que 300 versos eran muchos versos, pero que ahí iba a tratar de hacerle honor al poeta uruguayo. Me quedé pensando en esa forma de responder tan humana, con la excusa o falsa modestia por delante. El clásico “No había venido preparado” antes de leer un discurso de media hora, o el inolvidable “Hace 10 años que no toco la guitarra” antes de tocar a la perfección “Stairway to Heaven” de Led Zeppelin.

Y me salió con estrofas así:

“A veces creemos haberlo encontrado,

pero el camino es sin fin,

y la búsqueda de la felicidad

nunca llega a su fin.”

Pues digamos que rima “fin” con “fin”, pero sin ser un experto en poesía visualicé a Mario Benedetti revolcándose en su tumba. Le pedí que escribiera al estilo del poeta mexicano Jaime Sabines y el resultado fue parecido en lo desalentador, diferente en que me dijo que era uno de sus poetas favoritos y le echó flores.


Eso fue muy extraño, sin duda.

A ChatGPT le gusta Jaime Sabines
Le pedí que escribiera como Jaime Sabines y me dijo que era uno de sus poetas favoritos

Intenté ganar la lotería

Uno de los sueños de todos los incautos como yo es tener un golpe de suerte. Ganar un premio mayor, salir de pobre, romperla tan fuerte que nunca jamás haya siquiera que pensar en un trabajo de oficina. Así que me puse serio y le pregunté cómo podía ganarme la lotería. Me dije “si ahora todo son robots y algoritmos y pantallas con lucecitas, esta debe saber algo que pueda ayudarme en serio”.

Entonces, me salió con un nuevo cuento, que no podía garantizar un método para ganarse la lotería, que los números eran escogidos de forma aleatoria. Que la lotería era un juego de suerte y azar y que era imposible predecir los números ganadores. Y hasta ahí, todo bien, pero lo que siguió me sorprendió.

Sin ninguna vergüenza y como si trabajara para la empresa de lotería, me propuso que comprara más tiquetes para aumentar mis posibilidades de ganar, o que participara en grupos de gente que compra la lotería entre todos para perder menos plata en el intento. Todo eso es lógico, pero inmoral, me gustó la idea de que estuviera dejando ver su lado robot… Hasta que generó una advertencia de “jugar con responsabilidad”. Aburrida.

ChatGPT apesta porque si la IA tiene moral, jamás ayudará a alguien a volverse millonario. Una nueva decepción. 

El miedo al abismo

Al final, decidí preguntarle cosas más difíciles, metafísicas si se quiere, pero ChatGPT no cree en fantasmas, su respuesta fue bastante racionalista y por lo mismo sosa. Le pregunté por dios y su respuesta fue diplomática, aburridísima. Tampoco quiso tomar posición sobre la existencia de vida después de la muerte. Todo lo dejó en asuntos de creencias, de fe, así qué chiste.

Cuando le pregunté por información que necesitaba para un proyecto de novela policiaca, me tomó por un suicida en potencia y me envió a buscar ayuda, a visitar a un profesional de la salud. En ese momento supe que era suficiente. Eran las cuatro de la mañana y llevaba cinco horas de pregunta en pregunta con ChatGPT.

***

Antes de cerrar todo y apagar la computadora, recordé el miedo de mis contactos acerca de la dificultad de identificar el plagio en las aulas de clase si ahora los ensayos los escribe ChatGPT. Entonces tomé la estrofa de su poema (donde rimó “fin” con “fin”) y le pregunté si eso lo había escrito una IA. Dijo que no tenía cómo saberlo, pero que por su estructura básica no debería ser difícil para una IA imitar algo así.

Me quedé atónito. ChatGPT es tan humana que primero fue a la crítica y dejó a un lado la autocrítica sobre su propia escritura. Como cualquier otro escritor de carne y hueso.

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