Las pequeñas cosas

El Joker dice: «Verás, soy un hombre de gustos simples, disfruto la dinamita, la pólvora y la gasolina»; una de las tantas escenas hermosas que regaló al mundo Heath Ledger interpretando al villano más conocido dentro y fuera de Ciudad Gótica.

Ocasionalmente juzgo a la gente por sus “mañas”, las pequeñas manías que les definen y les hacen particulares. Una vida sin alguna rareza, un temor absurdo o cualquier tipo de excentricidad es tiempo desperdiciado. Me aburre la gente incapaz de apasionarse por algo, pero me aburre profundamente la gente incapaz de tener un ritual, un gusto, una manía extraña. ¿Cuál es la gracia de vivir en el siglo XXI si el plan es comer, evacuar, tener hijos y morir? 

No pido algo grande, las vidas reales están llenas de nimiedades, hermosas o retorcidas nimiedades.

1

Marcos asegura que cada vez que enciende la radio hay silencio en el dial. Dice que es una especie de poder, un poder inútil que a él le llena de alegría. En un mundo atiborrado de ruido, Marcos logra caer en el segundo exacto de silencio. «Es como si el planeta se detuviera y yo fuera la causa».

2

Cristina le teme a los robots, es un miedo específico. «Tengo miedo de que un robot me mate», explica. Sufre cuando pasa por la zona de juegos mecánicos y de video en los centros comerciales, las manos le sudan cuando se cruza con dos tipos disfrazados de Iron Man que bailan sincronizados en el semáforo. Beep Bu Biip…

3

El temor de Diana está en las alturas. Teme que el techo de la cabina del avión en el que viaja se desprenda y, por efectos de la física, su silla salga despedida con ella amarrada gracias al cinturón. «Se me afloja la pasta de pensar en estar ahí amarrada a 3000 pies de altura, un instante antes de que mi peso y el de la silla, empujados por la fuerza de gravedad, me lleven a toda velocidad a encontrarme con el suelo». Comparto su miedo al ciento por ciento.

4

Andrés se enorgullece de orinar en los lavamanos, cuando se le pregunta si lo hace sólo en los lavamanos de los bares o en los baños de los restaurantes, sonríe y cambia de tema. Respeto las rarezas de las personas, prefiero que las tengan a que sean funcionarios grises, pero que Andrés no vaya al baño de mi casa, por favor.

5

Diego salta a la cama todas las noches antes de acostarse. Nunca se sienta en el borde. Salta. Salta desde una distancia prudente. «Lo vi en una película cuando era niño. Uno de los personajes se sentaba en el borde de la cama para ir a dormir, pero antes de que pudiera tender su cuerpo, el asesino que estaba escondido debajo le tomaba por los tobillos y con un cuchillo enorme le cortaba los tendones de Aquiles». 

Nadie quiere que le pase eso antes de dormir.

6

A Silvia le gusta, cada vez que le dan la oportunidad, bañarse en duchas ajenas. Le ha traído problemas, curiosamente no con los dueños de las duchas; la pareja de turno en la vida de Silvia no entiende lo mucho que ella disfruta bañarse en duchas que no son la suya. «Es un acto disruptivo, algo que debería ser íntimo, personal en un espacio inadecuado. Meterse en los baños de otras personas y poseerlos… Siento que tengo el control». 

Pequeños actos de rebeldía, ejercer el deseo de ser dios.

7

«Yo sé que está mal, pero la mayoría de las veces ni es culpa mía», afirma Martín con algo de ansiedad en sus movimientos. Su problema consiste en ser incapaz de respetar la privacidad de los demás. «Llego a la casa de cualquiera y en el primer cajón siempre hay un diario con información interesante, por no decir emocionante». Martín se entera de mujeres que han fingido embarazos y cobrado abortos inexistentes en medio de una estrategia absurda para amarrar a sus parejas; hombres que viven diciendo verdades a medias al mundo, a sus padres, a sus hijos; de esa forma se enteró que era adoptado o que su novia no era la persona que él creía. 

«No me lo busco, simplemente pasa y luego debo vivir con eso».

Cuando se le pregunta por qué sigue abriendo cajones o revisando armarios, su respuesta es sencilla: «Es la mejor cosa por hacer si estoy solo en la casa de alguien. En algún momento Internet deja de ser entretenido y soporto poco quedarme solo con mis pensamientos».

Lo de Martín es espantoso, sin duda, pero por lo menos no hace aguas en tu lavamanos como Andrés.

8

El de Julián es un pasatiempo bastante común por estos días. Él simplemente fisgonea en las redes sociales, va hasta el pasado, une puntos, reconstruye perfiles. Facebook pagaría por un tipo como Julián porque resulta más acertado que los algoritmos. Sabe qué le gusta a cada quién, predice lo que sucederá con tal o cual persona y te dice «Mirá, acá este tipo está construyendo una narrativa distinta sobre sí mismo, ahora se hace el amigo de los animales y el preocupado por las causas sociales, pero hace unos meses hablaba mal de los unos y de las otras».

Es para tenerle miedo, porque si la habilidad de Julián cayera en las manos equivocadas, el teatro que llamamos vida humana correría un peligro desproporcionado.

9

Milena siempre sopla los cigarrillos antes de encenderlos. Dos soplidos en el filtro, fsss fsss y ya está. Dice que no tiene un objetivo específico, pero lo hace desde que un tipo le enseñó el ritual durante uno de tantos viajes a las playas del Parque Tayrona. Fsss fsss y puede que a Milena nunca le de cáncer de pulmón por obra y gracia de la superstición.

10

Felipe duerme bocarriba, no de lado sobre un hombro y nunca bocabajo. «Usted no me lo va a creer, siempre me levantaba con dolor allá atrás y me explicaron que hay demonios que vienen a violarlo a uno por la noche», cuenta Felipe con dificultad por una supuesta amigdalitis. «Dijo el doctor que es una amigdalitis».

Es mejor no explicarle a Felipe por qué le cuesta trabajo hablar.

***

Mi caso es diferente, mis gustos son realmente simples: abrir los libros nuevos y oler sus pliegues; jugar “manitas calientes” con perros desconocidos; dar pequeños golpes con la yema de mi índice derecho en las frentes peludas de los gatos (huir antes de que pasen de la sorpresa a la rabia); inventar historias o contar los secretos de los demás, protegiendo sus identidades; llorar en el cine en una escena de transición; poner mi deseo en algo tan trivial como una ancheta navideña… 

En fin, tratar de parecer un humano funcional, pasar desapercibido en la jungla de actos absurdos y nimiedades que nos definen.

Nota: La ilustración corre por cuenta de mi hermana, Victoria Sánchez (@ayavitoya.flairs)

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