Los orígenes
Haga de cuenta que usted es un hombre de 14 años y no sabe qué hacer con su vida en 1492 (digo hombre porque a los 20 ya debería tener 7 hijos, una plantación y estar preparado para morir en la hoguera de la Inquisición por una mala confesión, a causa de la tisis o por haber tomado agua), pero le proponen embarcarse en una expedición marítima a las Indias por una ruta nueva.
Cuando está en la mitad del océano Atlántico y la talasofobia va en aumento, su capitán le informa que siguen navegando hacia occidente porque la Tierra es redonda y le van a dar la vuelta para evitarse a los piratas de piel negra o tener que pasar por el cabo de la Buena Esperanza donde avistaron un kraken.
En ese momento usted piensa que va a morir porque le han dicho toda la vida (sus 14 años) que en los bordes de la Tierra plana el agua se desborda y cae a las fauces de un dragón que espera a los navegantes extraviados. El panorama de navegar hacia el fin del mundo hace que las peleas, el escorbuto, la sodomia y el miasma de a bordo parezcan un chiste de bufón cortesano.
Y luego avistan tierra, pero resulta que no son las Indias sino “Las Indias occidentales” y todo es nuevo, diferente, con otros pros y otros contras… Del otro lado, hombres y mujeres viven sus vidas y se ocupan de sus asuntos sin saber que viven en las “Indias occidentales” y un día ven descender a este grupo de barbados, altos, blancos, malolientes y psicóticos que llegan hambrientos a comer, matar, violar y saquear (todo en una lengua ininteligible)… De ese choque más o menos así es que venimos la mayoría de habitantes de América Latina.
Y esas son las historias del primer abuelo del pueblo mestizo en “El nuevo mundo”, de cómo un día se embriagó con aguamiel en Palos de Moguer y despertó a bordo de La Pinta y etc., etc., etc., “Y ahora la idea es que te encomiendes a la virgen y entres en la jungla a fundar un pueblo en nombre de Su Majestad”…
Puesto de esta forma, el desarrollo del pensamiento supersticioso tiene todo el sentido del mundo (del “viejo” y del “nuevo”), a mi modo de ver.
La actualidad
Las cosas cambian con el tiempo, unas para bien, otras para mal: ahora los niños y las niñas rozan la adultez a los 35 (la gente precoz a los 29), hay más baño y menos escorbuto, aunque el número de personas que creen que la Tierra es plana ha ido en aumento y la violencia sigue peligrosamente parecida 518 años después.
Las cartas de Mutis donde describe al pueblo del Nuevo Reino de Granada como “supersticioso” son de finales del siglo XVIII, pero muchas de las supersticiones y el espíritu pseudocientífico de la gente continúa intacto en el siglo XXI. Tomemos algo tan sencillo como la crisis actual de Covid-19, emergencia de salud y confinamiento.
Ni siquiera hace falta hablar de “pensamiento religioso” que eso da para miles de entradas de blog, basta con recordar que alguien pagó el vuelo de un helicóptero para que un sacerdote bendijera con una custodia la ciudad de Bogotá o el asqueroso suceso del pelo en la Biblia… Pasemos a la superstición pura y dura, esa que ha sido más efectiva y perdurable en el tiempo que la religión misma.
Todavía le tenemos miedo al número 13 porque trae mala suerte. La gente no pasa por debajo de una escalera porque también trae mala suerte y si uno se cruza con un gato negro en la calle (algo muy probable por el exceso de felinos en las ciudades americanas) pues sí, amigas y amigos, también trae mala suerte. Si a usted se le riega la sal, es bien sabido que debe tomar un poco de la sal regada y arrojarla sobre su hombro para evitar que su alma se condene o algo parecido. Si se le rompe un espejo son 7 años de mala suerte y si no mira a los ojos cuando brinda son 7 años también, pero de mal polvo… un tipo de mala suerte más soportable.
A pesar de que la humanidad ha salido al espacio exterior y ha dominado el vuelo aéreo o los viajes submarinos, la gente no viaja ni se casa (un tipo de viaje más o menos soportable) los días martes porque ese día todo va a salir mal… Y “el sereno” que le preocupaba a Mutis en sus cartas sigue haciendo estragos respiratorios en aquella persona que se atreva a desafiarlo.
De todo eso y mucho más está plagada la vida latinoamericana, luego cuando se mezcla religión con superstición nacen otros mostretes todavía más inverosímiles como la prohibición del onanismo a riesgo de quedarse ciego o la de quedarse pegado por tener relaciones un Jueves santo.
En fin, acá debo confesar que hay un agüero en el que creo: todos los 31 de diciembre desde hace 20 años he salido como un desquiciado a darle la vuelta a la manzana con una maleta, y desde hace 20 años he podido recorrer el mundo en medios de transporte aéreos, terrestres, marítimos y fluviales… “He visto cosas que ustedes nunca hubieran podido imaginar”… la aurora boreal en el círculo polar ártico mientras orinaba el tronco de un abedul, los dragones en Eslovenia, el amanecer desde un globo aerostático sobre Teotihuacán y a una indígena wayuu caminando bajo un sol de 40 grados centígrados en la mitad de la nada, en el desierto que precede a las dunas de Taroa…
Por supuesto que eso no tiene nada que ver con el agüero… ¿o sí? Da la casualidad de que el 31 de diciembre de 2019 estaba cansado de mi recorrido de todos los años alrededor de la manzana. Hacía frío y estaba lejos de casa y me dije “¿Qué podría salir mal? No es como que si no cumplo con el agüero en serio no vaya a poder viajar”.
Y aquí estamos. Día 140 del encierro. Día 157 de racha en Duolingo.
Ahora sí, como dijo el replicante en esa hermosa escena de Blade Runner: “He visto cosas que ustedes nunca hubieran podido imaginar. Naves de combate en llamas en el hombro de Orión. He visto relámpagos resplandeciendo en la oscuridad cerca de la entrada de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, igual que lágrimas en la lluvia. Llegó la hora de morir”.