Mañana tiembla

Otro de los puntos a favor de esta ciudad llamada Bucaramanga es que tiembla todos los días. Tiembla la tierra, microsismos y sacudones con los cuales el planeta nos recuerda “quién manda” y , de esa manera, la diversión siempre estará garantizada.

La explicación

El planeta Tierra se está acomodando todos los días. Dijo Heráclito que nadie se bañaba dos veces en el mismo río; el devenir de la vida, el constante flujo de la energía en el cosmos. La vida es el movimiento, la muerte la ausencia del mismo… en teoría.

Bucaramanga, ciudad de nombre extraño, mencionada en un capítulo de Futurama, una canción de Los Pekenikes y en una idea emprendedora del difunto Pau Donés, se encuentra ubicada en una zona de falla geológica, “el sistema de fallas Bucaramanga-Santa Marta”, dijo mi amigo el geólogo.

De modo que la corteza terrestre se acomoda todos los días, se trata de una zona de “constante acumulación y liberación de energía” y esa liberación previene que sucedan eventos sísmicos de gran magnitud y destrucción. Para traducirlo en sentencia, a modo de dios del antiguo testamento, es algo así como: “Temblará siempre, cuando salga el Sol o se oculte. Temblará 24/7, pero nunca verás un terremoto. Tampoco tus hijos, ni las hijas de tus hijos, ni los hijos de tus hijos… y sus hijas”.

Aunque la ciencia es más de: “sí puede haber un terremoto, si se acumula suficiente energía y no se libera”… Cuando finalmente se libera la energía del movimiento de la corteza terrestre, los imperios de acero y concreto de los humanos desaparecen como un instante.

El día a día

Las personas nacidas en esta ciudad sabemos y tenemos claro cuándo nos hicimos conscientes de que existían los movimientos telúricos. Si tiembla todos los días, el suelo se sacude con fuerza por lo menos tres veces al año.

Vivía en un tercer piso, en un conjunto de bloques de cinco pisos sin ascensor. Mi mamá se quedó como estatua y dijo «Está temblando». Mi papá dijo que no. Ella insistió. El mueble de la televisión hizo un ruido extraño. Ahora, en chanclas y en piyama, estábamos los tres, sentados en las bancas afuera de la torre.

Nos acompañaban algunos vecinos, también en sus mejores ropas: «Ya pasó», «Esperemos otro poquito», «¿Dónde habrá sido el epicentro?», «¿De cuánto habrá sido el temblor en la escala de Richter?»… Yo esperaba que cuando subiéramos de vuelta al apartamento el televisor estuviera bien.

Se caen los portarretratos, se desacomodan los cuadros, saltan los libros de los anaqueles, las lámparas se balancean. Si es de día, el temblor te puede agarrar caminando o subido en un bus y poco se siente. Si es de noche te despierta porque a veces es tan fuerte que intenta botarte de la cama… A los más desafortunados les ha sorprendido el temblor cuando están sentados en la taza del inodoro.

En las noches de mi niñez había silencio. La ciudad dormía a partir de las 8:00pm, por eso no se hablaba de “un buen vividero” sino de “un buen dormidero”. En ese silencio, podía escucharse el ruido que los vidrios hacían tratando de zafarse de las ventanas cerradas cada vez que se movía la corteza terrestre intentando zafarse de nosotros.

Ahora las noches están llenas de ruido de motocicletas y borrachos desconsiderados, pero todavía, en momentos precisos, puede escucharse el tac tac tac de los vidrios.

Cuando pasa el temblor

Entre la ciencia y la “sabiduría popular” generalmente hay un trecho tan o más amplio que el cañón del Chicamocha (otro accidente geográfico que colabora con la actividad sísmica). Los temblores son parte importante de la vida de la gente de estos lares (por lo menos los de tierra, desgraciadamente no tanto así los temblores epistemológicos), alrededor de ellos se crea toda una narrativa paralela:

“Si hace mucho calor durante más de tres días, va a temblar. Si llueve durísimo y luego hace sol, va a temblar. Si aparece un arcoíris doble es probable que tiemble también. Si los atardeceres son de un rojo intenso es porque va a temblar. Si es viernes santo (en la semana santa católica) tiembla con seguridad. Tiembla porque a la Tierra le ruge la panza, porque el ‘castrochavismo’ tiene una máquina que puede generar terremotos, o porque en el centro del planeta hay un titán encerrado desde el principio del universo que intenta liberarse de su prisión de hierro…”  

En la escuela primaria, en un descanso cualquiera, un niño de apellido Pinilla me dijo que todos los años un cacique guane se reunía con un cura porque ambos debían hacer una ofrenda a la madre Tierra. Que ambos, el cacique y el cura han transferido la orden de hacer la ofrenda desde el siglo XVII hasta hoy… No pude dormir ese día hace 28 años y a ratos, la idea de que no se realice la ofrenda que nos mantiene a salvo de un terremoto, logra perturbar mis noches.

Epílogo

En tiempos de pandemia, el piso se sigue moviendo, cuando empecé a escribir este texto volvió a temblar en México y antes de que sea publicado o ahora mismo que usted lee, habrá temblado una vez más en Bucaramanga. El planeta nos habrá recordado una vez más “quién manda” en el juego de la vida, como todos los fenómenos naturales, un sismo se balancea entre el horror y la maravilla. Diversión garantizada, siempre que se viva para contarlo.

Ilustración: nuevamente con la ayuda de mi amiga Khalay Chio @chio.oi

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